Creatividad e innovación: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?

Creatividad e innovación: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?

Los creativos no deberían ser devotos discípulos de los apóstoles de la tecnología, sino sus socios (mirándose de tú a tú a los ojos). Y es que la creatividad es un requisito para la innovación, pero en modo alguno su consecuencia.

Dicen algunos (con conocimiento de causa) que la creatividad es la solución a todas las cosas. Sin creatividad es imposible, al fin y al cabo, que emerja a la superficie la innovación. Y es que la innovación es el resultado de la creatividad, que es el germen de todo (de absolutamente todo).

Sin embargo, una vez constatado que la creatividad es la simiente de todas las cosas, sale a flote una pregunta (en absoluto baladí): ¿cuál es el estado actual de la creatividad y la innovación? Los profetas digitales responden a esta cuestión asegurando que el binomio formado por creatividad e innovación marcha viento en popa y para ello sacan a colación algoritmos, inteligencia artificial, blockchain y otras tecnologías punteras.

Pero, ¿es realmente correcta esta respuesta?, se pregunta Uwe Vorkötter en un artículo para Horizont. Es cierto que en los «data hubs» y en los «innovation labs» suceden muchas cosas. Pero si abandonamos por un momento la sala de máquinas para subir a la cubierta, no podemos sino hacer una inquietante observación. Nuestro barco se mueve más y más rápido, pero ¿hacia adónde se dirige? ¿Acaso está navegando en círculos nuestra embarcación? ¿Se ha convertido la innovación que tantísimo celebramos entre grandes alharacas en un fin en sí mismo?

¿Ha acabado trocándose la innovación en un fin en sí mismo?

En las dos últimas décadas del siglo XX la creatividad y la innovación nos agasajaron con la red de redes. Y enraizados en tan fenomenal invento vendrían más tarde los motores de búsqueda, las redes sociales y el e-commerce, todas grandes ideas que cambiaron el mundo para siempre (como lo hicieron también en su día el automóvil, la electricidad o las máquinas de vapor).

Sin embargo, y superada ya una quinta parte del siglo XXI, el balance en términos de innovación es bastante modesto. El smartphone emergió del vientre del teléfono móvil. Y constituyó sin ninguna duda un gran progreso, pero no una revolución.

¿Son entonces Tesla y sus coches eléctricos la gran revolución del siglo XXI? Parece que no. Hay cada vez más datos, los ordenadores son más rápido y los algoritmos son más inteligentes. Todo lo que ya conocemos es mejor, pero ¿dónde está lo nuevo?

Lo más nuevo que ha salido de las entrañas del siglo XXI hasta la fecha ha sido en realidad el coronavirus, que ha cambiado de manera dramática las vidas de las personas, ha baqueteado con fuerza la economía y ha colocado frente a retos de primerísimo orden a los políticos.

Esta singular amalgama de innovación y creatividad echa anclas (supuestamente) en murciélagos oriundos de China. Y como ya quedó previamente a las claras con innovaciones como la bomba atómica, la energía nuclear y la ingeniería genética, es evidente que el COVID-19 pertenece al club de todas esas innovaciones que jamás de los jamases hubiéramos necesitado.

En los últimos años se invertido (erróneamente) el orden del progreso y la innovación se ha colocado por delante de la creatividad

Así y todo, el coronavirus no solo irradia enfermedad, muerte, miedo, horror y crisis. Y es también un fenomenal caldo de cultivo para la creatividad, una creatividad que es más que obvia en el caso de las vacunas, las videollamadas y el «home office» (que no son meros fenómenos temporales y sobrevivirán a la pandemia).

El COVID-19 ha engendrado toda una plétora de problemas, pero la creatividad humana tiene está lidiando con tales problemas enarbolando la bandera de la innovación (como debería ser).

En los últimos años y antes de que la pandemia irrumpiera en nuestras vidas, el orden del progreso, no obstante, se invirtió. Y la innovación se colocó por delante de la creatividad (cuyo florecimiento estaba irremediablemente a expensas del uso de la tecnología).

Las mentes creativas han hecho además muy poco para dar una vuelta de tuerca a este pernicioso desarrollo. Y en vista de la dominancia de los analistas de datos, los creativos han terminado aprendiendo también análisis de datos. ¿Acaso no es la publicidad una disciplina con una pátina matemática cada vez más gruesa? La creatividad ha acabado trocándose en prosélita de la innovación (y ha terminado acatando con asombroso servilismo todo lo que tiene a bien decir la tecnología).

¿El problema? Que los creativos no deberían ser devotos discípulos de los apóstoles de la tecnología, sino sus socios (mirándose de tú a tú a los ojos). Y es que puede que la creatividad sea un requisito para la innovación, pero no es en modo alguno su consecuencia, concluye Vorkötter.

Fuente: marketingdirecto.com